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viernes, 24 de abril de 2015

Una realidad aparte Carlos Castañeda

Una realidad aparte Carlos Castañeda
formato pdf
hospeda: mega

HACE diez años tuve la fortuna de conocer a don Juan Matus, un indio yaqui del noroeste de México. Entablé amistad con él bajo circunstancias en extremo fortuitas. Estaba yo sentado con Bill, un amigo mío, en la terminal de autobuses de un pueblo fronterizo en Arizona. Guardábamos silencio. Atardecía y el calor del verano era insoportable. De pronto, Bill se inclinó y me tocó el hombro.
-Ahí está el sujeto del que te hablé -dijo en voz baja.
Ladeó casualmente la cabeza señalando hacia la entrada. Un anciano acababa de llegar.
-¿Qué me dijiste de él? -pregunté.
-Es el indio que sabe del peyote, ¿Te acuerdas?
Recordé que una vez Bill y yo habíamos andado en coche todo el día, buscando la casa de un indio mexicano muy "excéntrico" que vivía en la zona. No la encontramos, y yo tuve la sospecha de que los indios a quienes pedimos direcciones nos habían desorientado a propósito. Bill me dijo que el hombre era un "yerbero" y que sabía mucho sobre el cacto alucinógeno peyote. Dijo también que me sería útil conocerlo. Bill era mi guía en el suroeste de los Estados Unidos, donde yo andaba reuniendo información y especímenes de plantas medicinales usadas por los indios de la zona.
Bill se levantó y fue a saludar al hombre. El indio era de estatura mediana. Su cabello blanco y corto le tapaba un poco las orejas, acentuando la redondez del cráneo. Era muy moreno: las hondas arrugas en su rostro le daban apariencia de viejo, pero su cuerpo parecía fuerte y ágil. Lo observé un momento. Se movía con una facilidad que yo habría creído imposible para un anciano.
Bill me hizo seña de acercarme.
-Es un buen tipo -me dijo-. Pero no le entiendo. Su español es raro; ha de estar lleno de coloquialismos rurales.
El anciano miró a Bill y sonrió. Y Bill, que apenas habla unas cuantas palabras de español, armó una frase absurda en ese idioma. Me miró como preguntando si se daba a entender, pero yo ignoraba lo que tenía en mente; sonrió con timidez y se alejó. El anciano me miró y empe-zó a reír. Le expliqué que mi amigo olvidaba a veces que no sabía español.
-Creo que también olvidó presentarnos -añadí, y le dije mi nombre.
-Y yo soy Juan Matus, para servirle -contestó.
Nos dimos la mano y quedamos un rato sin hablar. Rompí el silencio y le hablé de mi empresa. Le dije que buscaba cualquier tipo de información sobre plantas, especialmente sobre el peyote. Hablé compulsivamente durante un buen tiempo, y aunque mi ignorancia del tema era casi total, le di a entender que sabía mucho acerca del peyote. Pensé que si presumía de mi conocimiento el anciano se interesaría en conversar conmigo. Pero no dijo nada. Es-cuchó con paciencia. Luego asintió despacio y me escudriñó. Sus ojos parecían brillar con luz propia. Esquivé su mirada. Me sentí apenado. Tuve en ese momento la certeza de que él sabía que yo estaba diciendo tonterías.
-Vaya usted un día a mi casa -dijo finalmente, apartando los ojos de mí-. A lo mejor allí podemos platicar más a gusto.
No supe qué más decir. Me sentía incómodo. Tras un rato, Bill volvió a entrar en el recinto. Advirtió mi desazón y no pronunció una sola palabra. Estuvimos un rato sentados en profundo silencio. Luego el anciano se levantó. Su autobús había llegado.

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