Hiromi shinya La enzima prodigiosa
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De acuerdo con el doctor Hiromi Shinya «tu cuerpo está diseñado para curarse a sí mismo»; la
dieta que él propone ha curado a miles de pacientes sin recaídas. Cualquier persona, con
independencia de su predisposición genética, puede ayudar a su cuerpo a evitar enfermedades
cardiacas, obesidad, fibromas, estreñimiento, síndrome de colon irritable, enfermedad de
Crohn, apnea del sueño y enfermedades autoinmunes. La clave está en el factor enzimático.
Las enzimas son proteínas complejas que permiten el desarrollo de todas las funciones
celulares.PARA los gastroenterólogos y cirujanos en el mundo entero, el doctor Hiromi Shinya no necesita
presentación. Es ampliamente reconocido como pionero de la cirugía colonoscópica (impulsor de la
técnica —que de hecho lleva su nombre— y diseñador del instrumento utilizado para la misma) y uno de
los médicos más importantes en su especialidad.
El doctor Shinya ha practicado regularmente la medicina durante más de cuatro décadas y atendido a
presidentes, primeros ministros, estrellas de cine, músicos y muchísimos pacientes más. De hecho, ha
examinado los estómagos e intestinos de más de 300.000 personas. En la actualidad es profesor clínico
de cirugía en el Colegio de Medicina Albert Einstein en Nueva York y jefe de la unidad de endoscopia
quirúrgica del Centro Médico Beth Israel.
A través de su vasta experiencia con cientos de miles de pacientes, algunos de los cuales ha seguido
durante toda su vida, el doctor Shinya desarrolló y probó clínicamente un tratamiento basado en la
generación corporal de una enzima vital a la cual ha llamado la «enzima prodigiosa». Esta enzima,
asegura, es la clave para una vida larga y saludable.
Su objetivo al escribir La enzima prodigiosa es explicar el funcionamiento de esta enzima y por qué
es tan importante para la salud de los seres humanos. El doctor Shinya ve esta publicación como la
culminación del trabajo de su vida, compartiendo sus descubrimientos con millones de personas a
quienes nunca tendrá la oportunidad de tratar personalmente. En este libro describe un estilo de vida que
garantiza una mejor salud y explica por qué dichas prácticas son tan poderosas.
Nacido en Japón, practica la medicina la mitad del año en Tokio; el doctor Shinya conjunta las
perspectivas oriental y occidental de la medicina a su trabajo aplicado a la salud del ser humano.
Primero escribió este libro en japonés. La versión japonesa ha sido una sensación. Se vendieron más de
dos millones de ejemplares en los primeros meses de su publicación. Esta editorial se honra en presentar
La enzima prodigiosa en castellano. Deseamos, con el doctor Hiromi Shinya, que este libro te guíe hacia
un estilo de vida feliz y saludable.
jueves, 1 de agosto de 2013
Mario Livio Es dios un matematico
Mario Livio Es dios un matematico
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Cuando uno trabaja en cosmología (el estudio del cosmos en su conjunto), el pan nuestro de cada día es recibir semanalmente alguna carta, correo electrónico o fax de una persona (que suele ser invariablemente hombre) que pretende describirte su visión del universo. El mayor error que se puede cometer es responder educadamente que te gustaría saber algo más acerca de ello. El resultado inmediato es un aluvión de mensajes. ¿Hay alguna forma de impedir este asalto? Según mi experiencia, una táctica que funciona de forma bastante eficaz (aparte de la descortesía de no responder en absoluto) es señalar la siguiente realidad: que, mientras la teoría no esté formulada con precisión en el lenguaje de la matemática, no es posible evaluar su relevancia. Esta respuesta basta para disuadir a casi todos los cosmólogos aficionados. El hecho es que, sin la matemática, los cosmólogos modernos no podrían haber dado siquiera el primer paso en su intento de comprensión de las leyes de la naturaleza. La matemática proporciona unos sólidos cimientos que sostienen cualquier teoría del universo. Esto puede parecer trivial hasta que uno toma conciencia de que la propia naturaleza de la matemática no está del todo clara. En palabras del filósofo británico Michael Dummett (1925-2011): «Las dos disciplinas intelectuales más abstractas, la filosofía y la matemática, provocan la misma perplejidad: ¿cuál es su objeto? Esta perplejidad no surge únicamente de la ignorancia: los mismos profesionales de estas materias tienen dificultades para dar respuesta a esa pregunta». Mi humilde propósito en este libro es aclarar algunos de los aspectos de la esencia de la matemática y, sobre todo, la naturaleza de la relación entre la matemática y el mundo tal como lo observamos. No es mi intención elaborar una historia exhaustiva de la matemática, sino más bien seguir cronológicamente la evolución de algunos conceptos que influyen directamente en la comprensión del rol de la matemática en nuestra noción del cosmos.
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Cuando uno trabaja en cosmología (el estudio del cosmos en su conjunto), el pan nuestro de cada día es recibir semanalmente alguna carta, correo electrónico o fax de una persona (que suele ser invariablemente hombre) que pretende describirte su visión del universo. El mayor error que se puede cometer es responder educadamente que te gustaría saber algo más acerca de ello. El resultado inmediato es un aluvión de mensajes. ¿Hay alguna forma de impedir este asalto? Según mi experiencia, una táctica que funciona de forma bastante eficaz (aparte de la descortesía de no responder en absoluto) es señalar la siguiente realidad: que, mientras la teoría no esté formulada con precisión en el lenguaje de la matemática, no es posible evaluar su relevancia. Esta respuesta basta para disuadir a casi todos los cosmólogos aficionados. El hecho es que, sin la matemática, los cosmólogos modernos no podrían haber dado siquiera el primer paso en su intento de comprensión de las leyes de la naturaleza. La matemática proporciona unos sólidos cimientos que sostienen cualquier teoría del universo. Esto puede parecer trivial hasta que uno toma conciencia de que la propia naturaleza de la matemática no está del todo clara. En palabras del filósofo británico Michael Dummett (1925-2011): «Las dos disciplinas intelectuales más abstractas, la filosofía y la matemática, provocan la misma perplejidad: ¿cuál es su objeto? Esta perplejidad no surge únicamente de la ignorancia: los mismos profesionales de estas materias tienen dificultades para dar respuesta a esa pregunta». Mi humilde propósito en este libro es aclarar algunos de los aspectos de la esencia de la matemática y, sobre todo, la naturaleza de la relación entre la matemática y el mundo tal como lo observamos. No es mi intención elaborar una historia exhaustiva de la matemática, sino más bien seguir cronológicamente la evolución de algunos conceptos que influyen directamente en la comprensión del rol de la matemática en nuestra noción del cosmos.
Eduardo Punset el viaje al poder de la mente
Eduardo Punset el viaje al poder de la mente
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Este libro es el relato anticipado de una travesía heroica que va desde una tierra poblada con personajes angustiados por tener que depredar a los demás para sobrevivir, hasta un escenario en el que los humanos han logrado vivir del aire, utilizando fuentes inagotables de energía como el agua y la luz del sol. La proeza pudo iniciarse hace unos dos mil millones de años gracias a unos microbios que tenían el secreto del futuro. Aquel secreto se lo desvelaron a las plantas primero, a algunos animales después y, finalmente, a los humanos recién llegados al planeta. El relato lo había iniciado hace más de seis años, convencido de que la búsqueda de la felicidad, el instinto de fusión representado por el amor y el ejercicio del poder darían debida cuenta de lo que son los humanos por dentro. Así concebí la trilogía compuesta por El viaje a la felicidad, primero; El viaje al amor, después, y ahora El viaje al poder de la mente. ¿Por qué —se preguntarán algunos de mis lectores— ese viaje íntimo al poder de la mente? Sencillamente, a medida que hurgaba en el corazón de la gente para analizar lo que les pasaba por dentro, lo que ocurría en su interior, constaté que el verdadero y único poder residía en la mente. El ejercicio del poder se inició hace unos cien mil años, cuando alguien pudo intuir, por primera vez, lo que estaba cavilando la mente de su vecino. Sólo entonces se le pudo ayudar o manipular mediante el ejercicio del poder. Lo que se ha llamado mucho más tarde el poder organizado —nacido para velar por el primer excedente económico generado hace diez mil años por las primeras sociedades agrarias—, pudo ser tiránico, pero constituía una nimiedad comparado con el verdadero poder que dimanaba de la mente de los individuos. Realmente, no hay nada más enigmático, más fascinante y de lo que tanto dependa como descubrir los mecanismos de la conducta cotidiana de la gente. ¿Cómo han podido millones y millones de personas vivir, enamorarse, querer, trabajar como locos, cuidar a sus hijos…, sin saber, de verdad, lo que les pasaba por dentro, cómo funcionaba su mente? ¿Cuál es la conclusión de este largo recorrido? Un itinerario plagado unas veces de madrugadas alumbradas por el reflejo de la nieve en los Pirineos y, en otras ocasiones, marcadas por el sol ardiente rebotando en la plaza de la iglesia, o la melancolía de las barcas varadas en la playa repleta de hojas que van al mar en otoño. No hay más que una conclusión: aunque no lo he advertido hasta ahora, debí haberlo captado en la evolución de un grupo de primates casi tan exitosos como nosotros los humanos, los macacos rhesus, que no luchan por nada que no sea el «Poder» con mayúsculas; el poder les permite conseguir todo lo que desean. Se nos repite desde pequeños que tendríamos que aprender de nuestros propios errores, pero ¿cómo vamos a aprender de nuestras equivocaciones si no admitimos nunca, o rara vez, que nos hemos equivocado? Ahora resulta que el cerebro enfrentado a un discurso disonante puede bloquear hasta inhibirlos a determinados circuitos cerebrales «para que no molesten». No sabíamos cómo funcionan nuestros mecanismos de decisión. Ignorábamos lo que nos mueve por dentro. De lo que antecede se deducen unas sugerencias comprobadas recientemente por la ciencia. Decidimos en función de lo que creemos y no de lo que vemos. Al contrario que los primates sociales más evolucionados, no queremos cambiar de opinión ni que nos maten. No sólo somos incapaces de predecir, sino que tendemos a imaginar el futuro calcando el pasado. No hemos querido aceptar que las intuiciones son una fuente de conocimiento tan válida como la razón. No obstante, la especie humana ha sobrevivido: ha sido gracias a dosis exageradas de optimismo y a la vigencia de unos principios morales innatos que han precedido a las propias religiones. Distintas conexiones cerebrales en los humanos les llevan a unos a fiarse de las emociones a la hora de decidir, y a otros a comulgar con los imperativos legales o técnicos al uso. Por último —ésta es la única y revolucionaria garantía del futuro que viene—, se ha comprobado que hay vida antes de la muerte. Por encima de todo, le sugiero al lector, en las páginas que siguen, cómo apearse de las convicciones inamovibles, porque sin cambiar de opinión no podrá adaptarse al destino que las innovaciones tecnológicas ya han cambiado.
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Este libro es el relato anticipado de una travesía heroica que va desde una tierra poblada con personajes angustiados por tener que depredar a los demás para sobrevivir, hasta un escenario en el que los humanos han logrado vivir del aire, utilizando fuentes inagotables de energía como el agua y la luz del sol. La proeza pudo iniciarse hace unos dos mil millones de años gracias a unos microbios que tenían el secreto del futuro. Aquel secreto se lo desvelaron a las plantas primero, a algunos animales después y, finalmente, a los humanos recién llegados al planeta. El relato lo había iniciado hace más de seis años, convencido de que la búsqueda de la felicidad, el instinto de fusión representado por el amor y el ejercicio del poder darían debida cuenta de lo que son los humanos por dentro. Así concebí la trilogía compuesta por El viaje a la felicidad, primero; El viaje al amor, después, y ahora El viaje al poder de la mente. ¿Por qué —se preguntarán algunos de mis lectores— ese viaje íntimo al poder de la mente? Sencillamente, a medida que hurgaba en el corazón de la gente para analizar lo que les pasaba por dentro, lo que ocurría en su interior, constaté que el verdadero y único poder residía en la mente. El ejercicio del poder se inició hace unos cien mil años, cuando alguien pudo intuir, por primera vez, lo que estaba cavilando la mente de su vecino. Sólo entonces se le pudo ayudar o manipular mediante el ejercicio del poder. Lo que se ha llamado mucho más tarde el poder organizado —nacido para velar por el primer excedente económico generado hace diez mil años por las primeras sociedades agrarias—, pudo ser tiránico, pero constituía una nimiedad comparado con el verdadero poder que dimanaba de la mente de los individuos. Realmente, no hay nada más enigmático, más fascinante y de lo que tanto dependa como descubrir los mecanismos de la conducta cotidiana de la gente. ¿Cómo han podido millones y millones de personas vivir, enamorarse, querer, trabajar como locos, cuidar a sus hijos…, sin saber, de verdad, lo que les pasaba por dentro, cómo funcionaba su mente? ¿Cuál es la conclusión de este largo recorrido? Un itinerario plagado unas veces de madrugadas alumbradas por el reflejo de la nieve en los Pirineos y, en otras ocasiones, marcadas por el sol ardiente rebotando en la plaza de la iglesia, o la melancolía de las barcas varadas en la playa repleta de hojas que van al mar en otoño. No hay más que una conclusión: aunque no lo he advertido hasta ahora, debí haberlo captado en la evolución de un grupo de primates casi tan exitosos como nosotros los humanos, los macacos rhesus, que no luchan por nada que no sea el «Poder» con mayúsculas; el poder les permite conseguir todo lo que desean. Se nos repite desde pequeños que tendríamos que aprender de nuestros propios errores, pero ¿cómo vamos a aprender de nuestras equivocaciones si no admitimos nunca, o rara vez, que nos hemos equivocado? Ahora resulta que el cerebro enfrentado a un discurso disonante puede bloquear hasta inhibirlos a determinados circuitos cerebrales «para que no molesten». No sabíamos cómo funcionan nuestros mecanismos de decisión. Ignorábamos lo que nos mueve por dentro. De lo que antecede se deducen unas sugerencias comprobadas recientemente por la ciencia. Decidimos en función de lo que creemos y no de lo que vemos. Al contrario que los primates sociales más evolucionados, no queremos cambiar de opinión ni que nos maten. No sólo somos incapaces de predecir, sino que tendemos a imaginar el futuro calcando el pasado. No hemos querido aceptar que las intuiciones son una fuente de conocimiento tan válida como la razón. No obstante, la especie humana ha sobrevivido: ha sido gracias a dosis exageradas de optimismo y a la vigencia de unos principios morales innatos que han precedido a las propias religiones. Distintas conexiones cerebrales en los humanos les llevan a unos a fiarse de las emociones a la hora de decidir, y a otros a comulgar con los imperativos legales o técnicos al uso. Por último —ésta es la única y revolucionaria garantía del futuro que viene—, se ha comprobado que hay vida antes de la muerte. Por encima de todo, le sugiero al lector, en las páginas que siguen, cómo apearse de las convicciones inamovibles, porque sin cambiar de opinión no podrá adaptarse al destino que las innovaciones tecnológicas ya han cambiado.
Eduardo punset El alma esta en el cerebro
Eduardo punset El alma esta en el cerebro
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Los domingos por la tarde en la década de 1940 —cuando yo tenía 10 años—, mi padre solía llevarme a la clínica psiquiátrica enclavada en el municipio de Vilaseca de Solcina, gestionada por la Diputación de la provincia de Tarragona. En el manicomio —como se los llamaba entonces—, mi padre cuidaba de las enfermedades ordinarias de los pacientes. De los trastornos mentales, se cuidaban otros. Inyecciones de trementina y camisas de fuerza para inmovilizar a los pacientes excitados en exceso, mientras que el resto hacía largas colas para someterse a los electroshocks. Eran las últimas terapias que se aplicaban a aquellos cerebros desquiciados. Cada vez que, sesenta años más tarde, conversaba con los neurólogos, los fisiólogos, los psicólogos, los médicos y los estudiosos del cerebro para reconstruir este libro, revivía aquellos recuerdos de la infancia. La mayoría de aquellos enfermos no sabían de dónde venían, dónde estaban ni a dónde iban. Desde entonces el camino recorrido por la neurociencia no tiene parangón en ninguna otra disciplina. Mi intención al escribir El alma está en el cerebro era, justamente, que mis lectores compartieran conmigo los descubrimientos fascinantes sobre el funcionamiento de este artilugio que llevamos dentro. Como dice el fisiólogo y neurólogo Rodolfo Llinás, los moluscos llevan el esqueleto por fuera y la carne por dentro, mientras que nosotros llevamos la carne fuera y el esqueleto dentro —con el cerebro bien a oscuras recibiendo señales codificadas del mundo exterior—. E instrucciones improbables para sobrevivir. En Vilaseca ya se sabía entonces que los malos espíritus no eran los responsables —lo siguen siendo en una buena parte del planeta— de los desmanes mentales. Ya no se los exorcizaba. Sabíamos que el mal estaba en el propio cerebro. Que la ansiedad, el estrés, la depresión, la esquizofrenia y hasta la epilepsia eran indicios claros de que el cerebro no funcionaba bien. Durante mucho tiempo de poco sirvió este descubrimiento revolucionario cuyos detalles el lector tendrá oportunidad de ir deshilvanando en las páginas de este libro. ¡Conocíamos tan poco sobre los mecanismos del cerebro encerrado dentro del cuerpo! Cuando se supo que el alma estaba en el cerebro, se descubrieron las bases de la neurobiología moderna: que funcionamos con un cerebro integrado, que guarda lo esencial de nuestros antepasados los reptiles y los primeros mamíferos, junto a la membrana avasalladora del cerebro de los homínidos, y que están integrados pero no revueltos; es decir, que las comunicaciones entre ellos no son necesariamente fluidas y seguras. Gracias a las nuevas tecnologías de resonancia magnética y otras hemos aprendido a identificar dónde fallan esas señales cerebrales y ahora podemos descubrir cómo funciona un cerebro locamente enamorado o las partes que permanecen inhibidas en la persona incapaz de ponerse en el lugar del otro, como les ocurre a los psicópatas. Si muchos de los enfermos del manicomio de Vilaseca no hubieran muerto, ahora vivirían sin tanto sufrimiento y, tal vez, hasta disfrutarían de horas de sosiego leyendo las páginas de El alma está en el cerebro.
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