Eduardo Punset el viaje al poder de la mente
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Este libro es el relato anticipado de una travesía heroica que va desde una tierra poblada con
personajes angustiados por tener que depredar a los demás para sobrevivir, hasta un escenario en el
que los humanos han logrado vivir del aire, utilizando fuentes inagotables de energía como el agua y
la luz del sol. La proeza pudo iniciarse hace unos dos mil millones de años gracias a unos microbios
que tenían el secreto del futuro. Aquel secreto se lo desvelaron a las plantas primero, a algunos
animales después y, finalmente, a los humanos recién llegados al planeta.
El relato lo había iniciado hace más de seis años, convencido de que la búsqueda de la felicidad,
el instinto de fusión representado por el amor y el ejercicio del poder darían debida cuenta de lo que
son los humanos por dentro. Así concebí la trilogía compuesta por El viaje a la felicidad, primero; El
viaje al amor, después, y ahora El viaje al poder de la mente.
¿Por qué —se preguntarán algunos de mis lectores— ese viaje íntimo al poder de la mente?
Sencillamente, a medida que hurgaba en el corazón de la gente para analizar lo que les pasaba por
dentro, lo que ocurría en su interior, constaté que el verdadero y único poder residía en la mente. El
ejercicio del poder se inició hace unos cien mil años, cuando alguien pudo intuir, por primera vez, lo
que estaba cavilando la mente de su vecino. Sólo entonces se le pudo ayudar o manipular mediante el
ejercicio del poder.
Lo que se ha llamado mucho más tarde el poder organizado —nacido para velar por el primer
excedente económico generado hace diez mil años por las primeras sociedades agrarias—, pudo ser
tiránico, pero constituía una nimiedad comparado con el verdadero poder que dimanaba de la mente de
los individuos.
Realmente, no hay nada más enigmático, más fascinante y de lo que tanto dependa como
descubrir los mecanismos de la conducta cotidiana de la gente. ¿Cómo han podido millones y millones
de personas vivir, enamorarse, querer, trabajar como locos, cuidar a sus hijos…, sin saber, de verdad,
lo que les pasaba por dentro, cómo funcionaba su mente?
¿Cuál es la conclusión de este largo recorrido? Un itinerario plagado unas veces de madrugadas
alumbradas por el reflejo de la nieve en los Pirineos y, en otras ocasiones, marcadas por el sol ardiente
rebotando en la plaza de la iglesia, o la melancolía de las barcas varadas en la playa repleta de hojas
que van al mar en otoño.
No hay más que una conclusión: aunque no lo he advertido hasta ahora, debí haberlo captado en
la evolución de un grupo de primates casi tan exitosos como nosotros los humanos, los macacos
rhesus, que no luchan por nada que no sea el «Poder» con mayúsculas; el poder les permite conseguir
todo lo que desean.
Se nos repite desde pequeños que tendríamos que aprender de nuestros propios errores, pero
¿cómo vamos a aprender de nuestras equivocaciones si no admitimos nunca, o rara vez, que nos
hemos equivocado? Ahora resulta que el cerebro enfrentado a un discurso disonante puede bloquear
hasta inhibirlos a determinados circuitos cerebrales «para que no molesten». No sabíamos cómo
funcionan nuestros mecanismos de decisión. Ignorábamos lo que nos mueve por dentro.
De lo que antecede se deducen unas sugerencias comprobadas recientemente por la ciencia.
Decidimos en función de lo que creemos y no de lo que vemos. Al contrario que los primates sociales
más evolucionados, no queremos cambiar de opinión ni que nos maten. No sólo somos incapaces de
predecir, sino que tendemos a imaginar el futuro calcando el pasado. No hemos querido aceptar que
las intuiciones son una fuente de conocimiento tan válida como la razón.
No obstante, la especie humana ha sobrevivido: ha sido gracias a dosis exageradas de optimismo
y a la vigencia de unos principios morales innatos que han precedido a las propias religiones. Distintas
conexiones cerebrales en los humanos les llevan a unos a fiarse de las emociones a la hora de decidir,
y a otros a comulgar con los imperativos legales o técnicos al uso. Por último —ésta es la única y
revolucionaria garantía del futuro que viene—, se ha comprobado que hay vida antes de la muerte.
Por encima de todo, le sugiero al lector, en las páginas que siguen, cómo apearse de las
convicciones inamovibles, porque sin cambiar de opinión no podrá adaptarse al destino que las
innovaciones tecnológicas ya han cambiado.
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